¡Hola, hola! ¡Estoy de vuelta! ¿Me echabais de menos? Espero que sí y que os preguntarais “¿dónde estará Emma, que nos tiene abandonaditos?”. La respuesta es muy sencilla (os voy a dar envidia): estaba de viaje. ¡Es una de las cosas que más me gustan! ¿Que dónde? Haciendo mi propia Ruta de la Ginebra. Sí, sí, tranquilos porque os la voy a resumir ahora mismo. A ver si os puedo servir de inspiración. El caso es que cogí la maleta y me fui a visitar los lugares donde nació y se popularizó la ginebra. Y ya que estaba y me sobraba tiempo, me acerqué a donde se inventó el gin tonic.
En Vespa por el Sur de Italia
Mi primera parada fue el Sur de Italia. Sí, ya sé que la ginebra viene de Holanda, pero es que ya en el siglo XII los monjes italianos destilaban bayas de enebro (la palabra ginebra, como sabéis, viene de enebro) para combatir la peste bubónica. ¿Y por qué? Pues porque tienen cualidades que favorecen la circulación de la sangre. Así que para allá que me encaminé. Elegí Sorrento no porque supiera que encontraría vestigios de ginebras, sino porque había monasterios y, sobre todo, una costa bellísima. Sí, amigos, la Costa Amalfitana es una maravilla. Así que, aprovechando que estaba por la zona, me alquilé una Vespa y me acerqué a la increíble villa de Positano, donde aproveché para tomarme un buen gin-tonic mientras atardecía. De verdad, cuando podáis, coged un avión y visitadla… ¡Qué pasada!
Enamorada de Holanda
La segunda parada me llevó a Holanda. No os quiero mentir, pero tengo predilección por los Países Bajos. Así que me hacen los ojos chiribitas al hablar de aquella zona. En primer lugar fui a Schiedmam, cerquita de Róterdam, ya que allí empezó a fabricar ginebra el empresario Lucas Bols hacia el año 1575. Eso sí, el primero en inventar la bebida fue un misterioso médico 25 años antes (¡otra vez como medicina!).
En Schiedmam alquilé un coche para dirigirme a Ámsterdam, el siguiente destino de mi Ruta de la Ginebra; aunque he de reconocer que antes de llegar me deleité con el encanto de Delft, los jardines de La Haya y los tulipanes de Leiden. ¿Y de Ámsterdam qué deciros? Que una vez más me sedujeron sus canales, sus gentes abiertas de mente y los paseos en bicicleta que me di cada tarde pensando en las historias que guardaban sus calles más antiguas.
Los encantos de Londres me atrapan
La tercera y penúltima parada fue el Reino Unido. ¿A que no sabéis por qué los ingleses se interesaron por la ginebra? Os lo cuento: durante una de esas guerras que tuvieron lugar en la Edad Moderna (en esta ocasión llamada de los 30 años), los ingleses y los holandeses eran aliados. Total, que los primeros observaron que sus colegas bebían algo que les ponía tan a tono que perdían el miedo. Y claro, no tardaron en copiar el hábito. Eso hizo que la ginebra se popularizara en Inglaterra hasta límites insospechados (que ya os contaré otro día).
El caso es que por tierras de la Gran Bretaña aproveché para visitar Plymouth, donde hay ginebras con denominación de origen, y claro está, Londres. En Plymouth pude pasear por su costa y relajarme con la brisa marina, pensando en la cantidad de barcos que salieron de su puerto hacia el Nuevo Mundo. No obstante, tanta relajación no es para alguien como yo. Así cogí el tren y me dirigí a la capital, al origen de la london gin.
En Londres me demoré bastante tiempo. No tenía otro remedio pues quería empaparme de lo que la metrópoli te ofrece: diversidad, colores y sabores de todas las partes del mundo, monumentalidad en cada uno de sus rincones… Caminar por sus barrios te hace sentir que debes estar allí en ese preciso instante y no en ningún otro lugar. Y, claro está, finalizar esos paseos en sus pubs tradicionales es el mejor broche.
Un gin tonic en el corazón de Europa
Y la parada final de mi Ruta de la Ginebra fue Suiza. ¿Por qué? Porque en Ginebra (curioso que fuera precisamente en esa ciudad) un joyero de origen alemán llamado Johann Jacon Schweppe le metió gas al agua envasada en botellas. Eso fue el preludio de la tónica que, a la postre, fue el mejor complemento para la ginebra: el gin tonic.
Además de patearme Ginebra de cabo a rabo, decidí rodear el Lago Lemán, pasando por Lausana, y sentir el poder de la naturaleza. Porque sí, Suiza es una postal hecha país (pena que todo sea tan caro).
Y ese fue el fin de mi Ruta de la Ginebra, queridos amigos. Cuando queráis os cuento más detalles sobre cada lugar, pero ahora va siendo hora de dejaros, que me están esperando para irme de after work.
¡Besos!